*
Desautorizo y/o rechazo el uso de estos textos para cualquier forma de diagnóstico, tratamiento, análisis o formulación psicológica, psiquiátrica, etc. Prohíbo cualquier uso religioso de estos textos. Derechos Reservados. Esta historia está basada en hechos reales. No quiero que se abuse de Ella o su historia nunca más. Admito que contar nuestra historia podría beneficiarme a mí. Lo admito. No me siento obligado de justificar contar nuestra historia que sólo es una parte de su vida y la mía. No sé si haya contado su historia, si no hubiera sido así, sólo quedo yo para contarla, la parte que viví con ella, la parte en la que estuve con ella, y ella fue una mujer extraordinaria. Si no contara mi historia con ella estaría omitiendo una parte de mi vida en la que viví con una mujer extraordinaria, me estaría censurando. Y creo su voz, su vida, ya fueron censuradas, terminadas, y lo que tengo que contar de ella es lo único que de ella me queda: su memoria. Este texto contiene referencias a violencia, incluida la sexual, y a imágenes de abuso sexual infantil. No soy licenciado en derecho, no es consejo legal ni de ninguna especie.
---"El amor puede trascenderlo todo, pero no conquistarlo todo"---
Carmen era prostituta. Fue una prostituta de Alta Clase.
No siempre fue así, fue una niña de la calle.
La conocí así: en situación de calle a pesar de al menos tener madre viva que en principio podría cuidarla.
¿Cómo la conocí?, no lo recuerdo claramente, recuerdo que en el curso de nuestras vidas en la Ciudad de México, entonces Distrito Federal, ocasionalmente la ví en las afueras de lugares para Personas Importantes.
Es una de las razones por las que nunca quise ir a esos lugares, podría encontrarme con ella y avergonzarla.
Siempre tuve alguna inclinación positiva a las personas en situación de calle.
En mi infancia los Niños de la Calle eran comunes, en ese entonces era típico verlos con una estopa o una bolsa inhalando solventes o adhesivos.
Llegada mi adolescencia incluso hablé con un Ferretero para indicarle que dañaba vender solventes y adhesivos a menores de edad. No lo hice siendo niño, lo hice adolescente en memoria de una adolescente inhalando solventes o adhesivos cuando yo era niño.
Me pareció que a pesar de que pasaron años en discusiones de prohibir la venta a menores no se había prohibido, y por eso tomé lo poco del asunto en mis manos: hablar con el Ferretero al lado del Video Club donde rentaba películas, cuando estaba yo en la Secundaria.
Algún otro adolescente me miró encabronado en otra ocasión, porque al parecer logré algún cambio transitorio, y en algunos meses, creo se prohibió la venta de solventes y adhesivos por Ley, los Ferreteros se enteraron, o decidieron seguir la Ley, pero en ese momento a él no se los vendieron.
Carmen hasta donde supe no era adicta, no me cuesta trabajo imaginar que en situación de calle, aunque fuera parcial para escapar temporalmente de su casa con la presión de otros menores lo intentara.
Mi entonces amistad con Carmen no era continua, solo cuando podía yo caminar de día o de tarde por la Ciudad de México en donde me fuera posible encontrarla, verla, quererla como amiga aunque fuera a distancia.
Entrando en la Secundaria en las vacaciones de verano o Navidad eso hice, y sí en parte lo hice para buscarla a ella.
Fue hasta mi bachillerato que noté encontró quizá una vida, un camino, una salida a su situación de calle en la Prostitución. Prostitución además cara, de lujo dirían algunos, pero eso no es un lujo.
Carmen adolescente era una mujer físicamente hermosa. Pelo negro, relativamente alta, hermosos ojos, senos naturalmente prominentes, labios carnosos, piernas y trasero torneados, caminaba mucho y un conjunto de cintura cadera y hombros que no he observado naturalmente incluso en modelos y artistas.
En alguna ocasión reconocí su cuerpo, llevaba yo una torta de milanesa y le grité su nombre real: ¡Carmen!, se perturbó, así que le grité ¡María del Carmen!, ¡soy Federico!.
Entonces volteó, sonrió y le pedí si podíamos platicar, tenía años que no hablaba con ella.
Estaba hospedada en un lujoso hotel, al parecer con todo pagado, su cliente se había retirado, pero al parecer iban a estar unos días.
Comió, comí mi torta, no pedí nada del hotel, yo no bebía ni fumaba y platicamos.
Entiendo que mi presencia en algunos hoteles de ese tipo, por mis historias podría sugerir que fui un gigoló, un prostituto varón sólo para mujeres.
No lo fui, siempre tuve cuidado con eso porque los golpean, los violan, los extorsionan, igual que a las mujeres.
En ese entonces la vida de mujeres y varones dedicados al trabajo o a la explotación sexual sufrían además mayor violencia sexual, como venganza, como extorsión, o como odio.
Puedo entender el paralelo entre mi vida y la de ellas y ellos, yo siempre busqué el placer de ellas como un bien en sí mismo del cual yo también disfrutaba.
No puedo hablar por Carmen, puedo inferir que éramos similares, y que ella en mejores circunstancias quizá, sexualmente libre, económicamente segura no sólo hubiera disfrutado una vida sexual extraordinariamente feliz como la mía, sino hubiera hecho quizá feliz a muchos varones, como yo sospecho hice feliz a muchas mujeres sin arruinarle el placer sexual a ella.
En esa comida, en esa intimidad de reencontrarnos, sin juzgarnos, sólo amistad, amigos que se reencuentran, y que tienen restricciones en la expresión de su amistad.
Llegó el fin de la primera mitad de 1998, tenía yo el restante de los 20,000 que por equívoco recibí de una mujer mayor que yo, y en un impulso inexplicable tomé el carro de mi madre y salí a la calle a buscar a Carmen.
Por azar, coincidencia, destino, amistad, amor, suerte, providencia o Gracia de Dios la encontré errante en la calle, demacrada, emaciada, confusa, con el pelo teñido, en mal estado.
Me orille hacia ella bajé el vidrio del copiloto, la saludé: ¡María del Carmen!, ¡Soy Federico!, la invité a subir, se subió y la llevé a un hotel.
Tenía náusea, no podía comer, quería estar con ella para lo que necesitara, escaso como pudiera ser ese dinero de algo le podría servir.
Empezó a gritar, a expresar su enojo, su resentimiento a los que la lastimaron, a los que abusaron de ella, su madre, su padre, los amantes de su madre, los que la prostituyeron, sus clientes que pagaban extra por no usar condón, los que la drogaron, la violaron, la golpearon y la extorsionaron.
Se dolió de las amistades a las que perdió, de los homosexuales a quien ayudó a maquillarse, a sentirse hermosos como ella naturalmente lo fue.
Sufrió porque esa belleza que encontró en la aversidad, en medio de la violencia, una epidemia la destruyó, y estaba por terminar de destruirla a ella.
Nunca se quejó de Dios, nunca maldijo su destino, su vida, como si hubiera sido una carga impuesta por un Dios cruel sobre ella, por una Fuerza del Destino ineludible, insalvable.
Como una condena de la que no podía escapar.
Era una de las razones por las que fui su amigo y la amaba: entendía el mundo como yo.
Al hacerlo destrozó el cuarto, aventó mucho de lo que no estuvo fijo y causó daños al cuarto del hotel.
Una cosa que pidió, no lo gritó, no expresó amargura, coraje o resentimiento, como solicitando al futuro fue: me hubiera gustado siquiera disfrutarlo una sola vez...
En su delirium reconoció en mí al amigo que siempre fui para ella, por eso gritó, destruyó y sufrió, porque las amistades que tuvo como yo las perdió. El amor que obtuvo en esa vida tan despiadada desapareció, y de ello sólo quedabámos ella y yo.
Al retirarnos, dejé casi todo lo que me quedaba de los 20,000 pesos, les dí mi nombre, les enseñé mi licencia de conducir.
Manejé hasta llegar a alguna carretera, me pidió orillarme, dejé una marca de las ruedas fuera del pavimento, me besó, sin decir más se bajó, caminó y tras algunos pasos descendió.
Esperé muchos minutos, no podía yo forzarla a seguir ningún tratamiento, a hospitalizarla por la fuerza para salvar lo poco que le quedaba de vida.
Sospechaba que tenía SIDA en etapa terminal, que sólo le prolongarían su agonía, sufriría maltrato incluso médico, y no era yo quién para obligarla a absolutamente nada.
Haciendo un arco lejos de sus pasos la busqué, no llegó muy lejos, estaba tirada, sin pulso, sin respirar, fría y pálida, hermosa como siempre fue para mí.
Llevé un papel con mi huella digital, le puse mi nombre, mi firma, mi dirección y lo engrapé a su ropa.
Besé su frente y me retiré de ahí: no tenía dinero ni explicación para cremarla o enterrarla como ella en eso hubiera merecido.
En su muerte, estando lo más cerca que pude la abandoné también.
En unos días a unas semanas después estaba yo en San Francisco para supuestamente iniciar un Doctorado en Química Farmacéutica.
Imagino que ni la Policía ni alguna Fiscalía me haya buscado o investigado por eso.
Sospecho se registró su muerte como de causas naturales por enfermedad terminal.
¿Qué explicación, acción o justificación dieron a mi información personal en el cadáver y ropa de Carmen?.
No lo sé, pero, fue el último gesto material de mi amor, de mi amistad para Carmen.
Cometí el error de llevarla al lugar de su sufrimiento, de su tortura. La llevé a un Hotel, por eso intentó destrozarlo.
Carmen no era su nombre verdadero, su pelo era rubio.
No le gustaba la llamaran por su nombre.
Yo me refiero a Carmen por asociación con las Canciones de la Sonora Dinamita que usaban ese nombre.
Ella más que una medalla. Era una cadena de oro por la conexión espiritual que tuvimos hasta que falleció.
Carmen era una adolescente temprana cuando la conocí. Yo era unos 2, 3 o 4 años menor que ella. La conocí en un mercado exactamente opuesto a la gran cuadra donde yo vivía.
Ella platicaba con los muchachos del mercado, a ese mercado fui porque una tía me llevó con ella a comprar el mandado.
Como Carmen era alegre, jocosa, dicharachera, llena de la alegría de vivir me acerqué a ella.
Al menos una vez la ofendí expresando ante su afirmación de que no era una niña de la calle pero no tenía un hogar dado que no la amaban en él. No tenía hogar aún si no vivía en la calle. Estábamos en similar situación, por eso lo mencioné, no para ofenderla, sino para expresar mi simpatía con ella.
Dejó de hablarme y me causaba celos sin permitir acercarme a ella.
En alguna ocasión me llevó de la mano a algún escondrijo cercano, nos besamos, me guiaba la mano a sus senos, se subió en mí, vestidos, me gimió en la oreja derecha, y como no sentí el placer de quienes habían estado con ella así me preguntó si no lo disfrutaba, que los demás chicos sí.
Le dije que sí, pero quizá no de la misma manera. Sí sentí de alguna manera el placer que ella sentía y pues como aún erecto no podría ella disfrutarlo mucho, la acosté en el piso polvoso, le quité pantalones y pantaleta y le hice el sexo oral.
Aparentemente nadie se había enfocado en el placer de ella, nadie había sentido como yo ese placer en sus genitales, no habían tenido una simpatía sexual con ella de forma genuina. Yo distruté cuando gimió y tuvo un orgasmo intenso, sobre el piso polvoso.
Salimos lampareados, de la mano, profundamente enamorados.
En ocasiones me sentí celoso de verla feliz con otros varones, más grandes, más varoniles que yo.
Pero entendí que esa era su alegría, era una expresión de su alegría de vivir, y pude imaginar que en ocasiones cruzaba a lo sexual.
No es que no quisiera que ella disfrutara con otros, quería que disfrutara solo conmigo, no sola conmigo.
Así que dejé de sentir celos de ellos, y cultivé más el sentirme feliz por ella, aún sin estar con ella.
Frente al mercado, había una tiendita con una máquina de videojuegos en esos escasos años con Misión Imposible, un figurín brincando varios Cáctus.
Iba yo porque me gustaba el videojuego, iba con dos granujas adolescentes como compañía, aunque no siempre. Bocones y poco hombres.
Llegué a ir solo, algunas escasas veces me les escapé y me perdí o con Carmen o buscando a Carmen.
Mi padre una noche fue a sacarme de la tiendita y me golpeó prohibiéndome que volviera a ir.
Le pregunté porqué, qué tenía de malo que fuera si no estaba haciendo nada malo.
Digo, no es como que mi madre y mi padre genuinamente me cuidaran, o les preocuparan mis ocupaciones, incluso mi padre se robó mis condones, mi dinero y al menos mi medalla, mi moneda de quien pudo ser madre de mi hijo, hija o mis gemelos.
Y mi madre no encontró problema a mis 18-19 años de edad que me prostituyeran, yo especulo hasta lo hubiera alentado para que me "casara con una vieja viuda y rica", lo mencionaron varias veces.
Creo, la razón por la que me golpeó es porque en su estima Carmen no era buena para mí y que algún vecino o el par de bocones le dijo que medio andaba con Carmen y que teníamos sexo ahí donde Carmen escogiera.
Obvio a mi edad, reitero mi pene no serviría de mucho, mis caricias, mis besos, mi lengua sí, aún así yo sentí orgasmos junto con ella. Con ella aprendí físicamente a separar mis orgasmos de mis eyaculaciones precisamente por que por mi edad, no podía eyacular, no tenía con qué.
Amé a Carmen además de por su placer, por su sensibilidad, su inteligencia, su alegría de vivir, su precisión para hablar, y una muestra plena es esta:
"Me hubiera gustado siquiera disfrutarlo una sola vez".
Superficialmente habla de que la prostitución puede mutilar el placer sexual de quien trabaja o es explotado sexualmente. Lo entendí así.
Pero es también una expresión mordaz.
Siquiera disfrutarlo una sola vez es reproche a algunas mujeres que ni siquiera una vez, o que habiéndolo hecho una o varias veces al menos conmigo no lo disfrutaron como Carmen y yo. Un él estaba ahí, si yo hubiera estado ahí como ustedes con él...
"Me hubiera gustado" más analíticamente como deseo aisladamente no habla de ella sola, habla de él solo, él solo para mí. Solo, sólo, sola, --una sola--, solamente. Expresa junto con "una sola vez", celos genuinos, valiosos, de un amor consciente profundo por mí, por nosotros, por cómo la circunstancia nos impidió amarnos completa y libremente.
"Una sola, ¿ves? o ¿vez?". Ella era genial...
Y lo entiendo porque cuando algo en alguna mujer algo me recordaba a Carmen, su físico, su placer sexual, su pelo, su cara, sus labios, hasta el pelo teñido de negro la imagen, el recuerdo de Carmen estaba ahí.
Y siempre pude separarlo de la persona con la que estaba ahí, y es posible Carmen no pudiera, o no suficientemente.
Es lamento que escogió ella sola, no estar sólo y sola conmigo. Yo me duelo pero no lo lamento, la amé, la amo sin mayor restricción que lo que la vida puso entre ella y yo para separarnos, y que juntos no pudimos quebrar, romper, vencer.
Carmen se ocupó, sufrió, en lo que yo a Carmen le dí genuinamente por amor: placer sexual. Es también ironía, aprecio, pena, dolor, lamento que Carmen y yo en otra circunstancia, cosas más cosas menos, éramos el uno para el otro.
El "siquiera" es reflejo de su genialidad también, de su apreciación genuina no sólo de mí, sino de ella, de su genialidad, de su poderosa sexualidad que descrubrió como una fuente, como una corriente salvaje por primera vez conmigo.
"Me hubiera gustado": burla, pitorreo, al menos de mujeres envidiosas y de hombres "ni siquiera" a la altura de mí.
Esa frase es oro puro muestra de nuestro amor, es una muestra literal, palpable, tangible, visible solo obvia para Carmen y para mí sin pensarlo mucho.
¿Cómo no amarla por siempre?, ¿Cómo no amarla sucedido lo que hubiera sucedido?, lo que hubiéramos decidido, juntos o separados.
En ocasiones tuve intrusiones sexuales que imagino eran de la vida, del trabajo o la explotación de Carmen, racionalmente mis imaginaciones de su vida.
Pero esa es parte de la cadena inquebrantable que espiritualmente me unió a Carmen, no me arrepiento, me duele, me dolió, pero a la vez me recordó, me recordaba que la seguía amando, que no podría dejarla de amar, y eso no tiene otra explicación que amor espiritual, trascendente a lo meramente físico, a lo circunstancial, a lo material, al dolor, al sufrimiento que Carmen debió tener que trascendía, era mayor al que yo pude tener.
Era un eslabón de la fortaleza de Carmen, de la solidez, lo inquebrantable de nuestro amor, una razón más para amarla, no una para lamentar seguir amándola cuando físicamente ya no pudimos intentar amarnos como siempre deseamos, como escasamente, escondidos, lo tuvimos ella y yo con su placer en el centro de nosotros dos.
Eso es lo que Carmen quería darme cuando me llevó a besarme la primera vez, eso fue lo que yo le dí de una manera que nadie antes se lo había dado. Ella me mostró lo que disfrutaba y quería compartir con otros varones y yo intenté dárselo lo mejor que pude.
Así planteado, como un amor espiritual trascendente, creo no debería sorprender que la haya encontrado en su última noche sobre la tierra...
Tengo la impresión que hubo reportes periodísticos con mi nombre que enviaron a la Universidad de California en San Francisco, sospecho participación de Cristóbal Téllez Sandoval, inclusive de Tirzo Serrano Miranda y/o Rafael Jiménez Flores.
Sospecho con fines de extorsionarme o desprestigiarme ante la UCSF porque yo empezaba a hablar con el Sicólogo Lance Reynor del, al menos, acoso moral con el que me agredieron en la entonces ENEP Iztacala, ahora Campus Iztacala de la UNAM, durante mis estudios de licenciatura en medicina. A la única persona a la que le platiqué esas conversaciones por correo electrónico fue a Rafael Jiménez Flores.
Por mi situación en ese entonces como extranjero en California no podía utilizar TLS/SSL para hacer mi correo electrónico más privado, estaba prohibido el uso de SSL/TLS a los extranjeros.
Complicando mi situación uno de mis cohabitantes, de nombre John, trabajador de la UCSF aparentemente de informática, me expuso a imágenes de abuso sexual infantil en dibujo/ilustración, sin mi conocimiento, sin mi autorización, llevándome a un sitio Web bajo su control.
Le dije que nunca más me dirigiera la palabra delante de James Farrell, quien era el arrendatario titular.
Se lo platiqué a Lance Reynor y me inculpó en su omisión de reportar el posible delito que correspondiera. E incluso en múltiples veces pretendió excusarse en que el sabía lo que hacía, y que de alguna manera mi derecho a la confidencialidad de mi información lo excusaban de las obligaciones legales que hubiera, o incluso tenga hasta este momento.
Y que al trabajar bajo un seguro de gastos médicos de parte, creo, de la UCSF pudo implicar directa o indirectamente al asegurador y/o a la UCSF, quienes además por omisión o comisión por ejemplo a través del mero establecimiento, uso, redacción, etc., de las guías de procedimientos pudieron, o pueden estar involucradas directamente, por omisión o comisión.
Y que pudo o puede haber dañado o dañar a menores de edad, que de una denuncia surgida de mi narrativa puede o pudo haberlos protegido.
En breve, simplificando, en su comportamiento Lance Reynor se escondió detrás de su maestría en Sicología Clínica, de la ética a su asumo leal y sabio entender, asumo, no me consta. Y de esa manera se excusó a mi leal y sabio entender de su cumplimiento del derecho.
Admito que no lo hizo explícitamente, lo hizo en mi apreciación de una forma dolosa, encubierta y perversa.
Tengo muchos testimonios más de su, en mi percepción, sevicia. Del acoso moral que me infligieron en la UCSF, y del ambiente séptico, como figura retórica, al menos del Departamento de Química Farmacéutica de la UCSF en ese entonces. Similar, incluso en fragmentos idéntico al de la ENEP Iztacala.
Y sospecho con excusas, motivos y hasta maldad de persecución psiquiátrica en mi contra, y tal vez de otras personas, estudiantes que estuvieron ahí, e incluso estén ahí.
Carmen: "Te extraño", y yo también, una sola vez por Siempre...
Abogantes de los aquí referidos, “si os dignáis por esta carta pasar vuestros lindos ojos, no los tornéis con enojos sin concluir… acabad” de leer mis todos escritos.
Y sin avalar la conducta de Raúl Velasco en ninguna otra forma: “Aún hay más”.
¡Arriba México Cabrones!.
PS: Creo Carmen era familiar de alguna persona que trabajaba en una oficina que estaba cercana al metro 100 metros, adyacente al Mercado donde la conocí, cruzando la calle donde terminaba mi unidad. Creo que poca gente sospecha que lo que Don Juan Tenorio experimenta al final del Tercer Acto describe una experiencia cercana a la muerte, de la que el Tenorio no regresó. A diferencia de mí que lo hice muchas veces. Gracias a Don Gonzalo Vega.
Gracias.
Federico Soto del Alba.