Desautorizo y/o rechazo el uso de estos textos para cualquier forma de diagnóstico, tratamiento, análisis o formulación psicológica, psiquiátrica, etc. Prohíbo cualquier uso religioso de estos textos. Derechos Reservados. Esto no es ficción.
No recuerdo qué edad tenía.
¿Diecisiete, veinte?.
Nunca supe qué edad tenías tú. Sólo sé que eras un poco más joven que yo.
¿Tu nombre?.
Tengo anomia, se me olvidan los nombres.
Te recuerdo esbelta, poco más baja que yo, rubia, de ojos claros, atlética, hermosa.
¿Cómo nos conocimos?.
No lo recuerdo.
Imagino que como decenas, entre 20 a 40 mujeres, quizá más, llegaste a mi casa y te abrí la puerta antes de que tocaras.
Nuestras diferencias de clase me fueron obvias, me sorprendió que quisieras tener sexo conmigo.
Supuse ya lo habías tenido.
Te llevé a mi recamara, te desnudé.
Me desnudaste, dubitante.
Es difícil, desabrocharse uno solo es fácil, en el espejo se confunde uno.
¿Y creo recordar que eras zurda?.
Tu desnudez me impactó.
Me sentí consumido lentamente, ardiendo lentamente por sentir contigo algo que hasta entonces nunca había sentido.
Te besé.
De pie te acaricié, te besé el cuello, tu espalda, larga, interminable.
Te besé de frente, lentamente bajé recorriéndote toda.
Me arrodillé delante de tí, te olí, te besé.
Temblaste, nunca te habían tocado así.
Me detuve, sospeché no habías estado con otro varón.
Me confundí, no lo esperaba.
Te acosté, no recuerdo si te dejé los calcetines.
Te besé de los tobillos hasta tus ingles.
Temblabas, yo también, nunca me había tocado una virgen.
Me dio miedo lastimarte, me aterrorizó dejarte una pésima mala impresión, sufrí anticipadamente por perderte sin haberte amado...
Tocándote intenté que separas tus rodillas para permitirme llegar a tí.
Dudaste, es natural, pero te relajaste.
Tu olor fue intoxicante, te recorrí lentamente oliendo tus vellos, esos caireles rubios de un brillo desconcertante.
Me dí cuenta que tu himen estaba completo, era un anillo.
Me dio pavor...
Subí, no podía echarme atrás.
Recorrí alrededor de tu clítoris sin llegar a él todavía.
La sensación las primeras veces es intensa, duele, arde.
Lo sé, yo lo sentí en mí.
Aún así te contraías.
Los dedos de tus manos se doblaban.
Tus pies se flexionaban, los dedos de tus pies también, tu abdomen se tensaba, tu espalda se contraía, tu cabeza giraba a la derecha.
Así que sobre el frenillo de tu clítoris me concentré, excitando tu prepucio, era los más placentero que podíamos alcanzar.
Te relajaste lentamente, tus espasmos cedieron suavemente.
Debió tardar unos 10 minutos.
Todo ese tiempo tus ojos estuvieron cerrados.
Te enfocaste en tus sensaciones y yo en las tuyas...
Tus muslos se relajaron, tus piernas se abrieron, tu vulva se relajó, tu clítoris se endureció, creció, el frenillo de él se tensó, a través de un hermoso y pequeño arco triangular lo pude ver: rojo como una cereza.
Caperucita roja me lo dejó ver...
Sobre su cubierta ahora incompleta me enfoqué, la jalé junto con todo su contenido, tu frenillo protestó pero pude sentir como te relajabas más.
Todo fue muy lento, tu primera vez debía ser completa: sin ninguna frustración, sin ningún faltante.
No fue inexperiencia, ni inocencia lo que me hizo amarte locamente desde ese momento.
Fue tu confianza, tu apertura, el riesgo que tomaste al estar conmigo, sola, con un practicamente desconocido y pobretón como yo.
Tu belleza, tu espontaneidad, tu figura, tus ojos, tu pelo, toda tú.
Cuando sentí estabas lista, lentamente te recorrí besándote hasta verte cara a cara.
Como estaba yo demasiado excitado me costó trabajo regresar mi prepucio a su estado normal.
No me había dado cuenta.
Con mucha delicadeza me introduje en tu himen, solo la punta, con la mano en la raíz retraje mi prepucio y me introduje casi completamente.
No te dolió...
Pero me dí cuenta que no cabía todo, quedaba como la cuarta parte fuera, sentí tu cérvix y me detuve.
Trataste de acurrucarte acercándote a mí.
Iba a requerir mucha contención de mi parte, ya amándote locamente, excitado yo, excitada tú, no quería lastimarte.
Esa fue la vez más suave, lenta y gentil que recuerdo haber tenido sexo con alguien.
En algún momento empezaste a subir tus rodillas, tomé tus piernas y con ellas rodée mi cadera.
Me abrazaste con tus piernas y casi me pierdo, pero recordé que quería fuera completa para tí.
Te sentí tan frágil, tan hermosa, tan delicada, y con los ojos cerrados.
Empezaste a contraerte, espasmos de tu vulva no completamente rítimicos.
Estábamos listos.
Me acerqué a tí, me abrazaste fuerte, quizé los dos nos hiciéramos uno, pero situé mis codos en la cama.
Nos rodaste a tu derecha y con tus cuatro extremidades me dejaste casi inmóvil.
Nos perdimos.
No me pusé condón, me volví loco...
Cuánto tiempo pasamos inconscientes no lo recuerdo.
¿Qué hicimos al despertar?, no lo recuerdo.
Sólo recuerdo que antes de terminar te dije te amo, no quiero perderte.
Y que al despertar mi sábana y yo teníamos sangre...
La segunda vez fue similar, salvo que tú de pie llegando a tu pubis no te dejé ir.
Te contrajiste, tus dedos se flexionaron, te movías a un lado y al otro.
Tu abdomen se tensaba y se relajaba, tus muslos también.
Tu espalda se espasmaba.
Pero no te iba a dejar ir.
Tomé tu mano izquierda, esa con la que me quisiste desabotonar la primera vez y la coloqué en mi cabeza, tu derecha me encontró a medio caminamo y la llevamos al otro lado de mi cabeza.
Te abrazé de los glúteos, como que no lo notaste.
Al tomarme de la cabeza me podías dirijir, alejar si demasiado intenso, presionar si querías más.
De tus glúteos confirmé si era demasiado o poco.
Te relajaste, empezaste sutilmente a buscar tu más cómodo placer, tu pelvis recorrió una situación y otra.
En algún momento te meciste adelante y atrás en mi lengua.
Apretaste mi pelo, flexionaste tu tronco, con los ojos cerrados y tus glúteos tensos no emitiste sonido, pero sentí tus contracciones.
Te alejaste, presionaste mi cabeza y algo escurrió en mi pelo...
Tardaste como un minuto en incorporarte, abriste tus ojos, te ví confundida.
Me levanté, no pensaba besarte, pero tú lo hiciste.
Te acosté, pensaba tuviéramos otra vez, pero te ví tan contenta, que no quise hacerlo.
Me dijiste te amo con tanta alegría que solo te abrazé y de lado no sé que paso después.
Entre nuestra segunda y tercera vez imaginé, ¿imaginamos?, que la manera de estar juntos era embarazarnos.
Lo dije, me volví loco, te amé como nunca amé a ninguna otra mujer. A nadie más.
Imaginé también que alguna amiga te llevaba a mi casa, pero nunca quize averiguar cómo llegaban a mi casa, y menos contigo.
Esa vez quería que nos embarazamos, ¿embarazarte? ese mismo día, como si no hubiera para ¿nosotros? otra oportunidad.
Llegados casi al final colocándome sobre el orificio de tu cérvix presioné lenta pero decididamente y eyaculé varias veces, como dos o tres.
Al incorporarme otra vez te ví desmayada con los brazos abducidos. Con tus brazos abiertos.
Supuse que todo ese semen dentro de tu cavidad endometrial, súbitamente, y la presión sobre los ligamentos de tu útero te causaron un síncope vagal.
Me equivoqué, te desmayaste de placer.
Caí casi en el pánico, pero como te veía tan pacífica, casi sonriente, respirando y con unas intensas pulsaciones en tus vasos yugulares me quedó suficiente duda para no caer en él.
Despertaste, abriste los ojos súbitamente, y entonces sucedió algo que nunca más he visto.
¡Hola!, ¡qué guapo estás!.
¿Cómo te llamas?.
Federico.
Qué bonitos ojos tienes.
Me arrañaste la cara sin las uñas de tu mano izquierda.
¡Qué fea recámara!, ¿Aquí duermes?.
Sí, habitualmente.
Pues qué fea.
¿Esa es tu ropa?.
Sí.
Te levantaste feliz, hermosa, desnuda y descalza.
Te asomaste al closet.
Qué fea ropa, parece de viejito.
Te acercaste a mis playeras, ropa interior y pantalones doblados en los entrepaños.
Tiraste varios de ellos al piso.
Como que mis libros no te interesaron mucho. Llenaban un muro y casi la mitad del otro.
Saliste de mi recámara, miraste la de mis padres, te asomaste al baño.
Te seguí, descalza volteaste a la puerta, a la sala comedor, y te asomaste a la cocina.
¡Qué feo lugar!, ¿Cómo puedes vivir aquí?.
Con suerte.
Miraste a la puerta: ¿Qué hay afuera?.
Dejaste de sólo mirar la puerta y te dirigiste a ella.
¡No!, ¡No!, ¡No!.
Te tomé de la muñeca derecha, me acerqué a tí y no sé cómo te llevé de regreso a la recámara.
Te lanzaste de espaldas a la cama y empezaste a hacer angelitos de nieve en ella.
Sonriente, feliz, sin decir nada, mirando al techo.
Debimos estar entre 10 y 30 minutos acostados, todavía desnudos ahí.
No recuerdo qué platicamos.
Como que no supe bien qué platicarte, hacias muecas, cruzabas los brazos.
Como no supe qué más hacer traté de convencerte de que te vistieras.
Te resististe.
Tuve que intentar vestirte yo.
No lo hice muy bien, te dejé vestida pero desaliñada, pero yo necesitaba ayuda de la amiga que sospechaba te llevaba a mi casa.
Cuando salimos del departamento, lo desconocido te confundió.
Dejaste de hablar, y caminaste, te abrazé desde tu lado izquierdo y con todo el pánico del mundo te acerqué al carro.
¿Cómo supe cuál era?: no tengo idea.
Tu amiga se molestó, imagino no quería que yo la viera y te vio algo confusa y desaliñada.
Temí sospechara te dí algo, alguna droga.
Nunca lo hubiera hecho, yo ni fumaba ni tomaba en ese entonces, y te amaba tanto, estaba tan locamente amándote que ni siquiera en otra circunstacia me hubiera pasado por mi pensamiento.
Te abrimos la puerta, te sentaste en el asiento de atrás, del lado del chofer y te cruzaste de brazos.
No recuerdo claramente qué le dije a tu amiga, asumo tu amiga, no recuerdo que era exactamente de tí, si acaso lo supe.
Ni ella ni yo sabíamos que había pasado.
Lo cierto es que nunca hubiera creído que estabas loca, y ciertamente me hubiera encabronado que alguien pensara eso de tí.
Entre la tensa y algo contensiosa plática, bajaste el vidrio y le gritaste: ¡Ya vámonos!.
Eso le recordó a tu amiga algo, imagino qué.
Gritaste otra cosa, y eso la conveció y a mí también.
Creímos que ibas a estar bien, pero sin saber cuánto ibas a tardar en ... pues no pude sugerir nada.
Se fueron.
Llegué a mi departamento, cerré la puerta y me desplomé en el piso recargado en la puerta: sufrí por perderte y no saber si ibas a estar bien.
No me diste teléfono ni dirección. No hubiera podido apuntarlos sin que mi madre lo buscara.
Tu nombre aunque me acordara, con esos orgasmos tan intensos se me olvida lo que acaba de pasar en los minutos u horas anteriores.
Felizmente, regresate.
Llegaste apenada, no tenías porqué. Tu honestidad lejos de ofenderme me conmovió, entendí que en gran parte te sentiste mal por mí, aún si con otras personas tal vez no fue así.
Esa vez, te acompañó tu amiga.
Más seguro para tí, qué hubiera hecho tu amiga si los dos nos pusiéramos así me dio algo de risa privada.
E imaginé las drogas que imaginó te dí no salieron de sospecha en la imaginación de ambas.
Pero, como te amaba, estabas aquí, y es el mejor compromiso posible, te amé más si eso hubiera sido posible.
Como al menos en dos meses ya habíamos, o había yo intentado embarazarnos, pues, intentamos que tú controlaras nuestra unión esta vez.
Te subiste en mí y fue extraordinario. Éramos el uno para el otro...
Sólo que dijiste: agárrame.
Te golpeaste con el muro en el lado izquierdo tu cabeza.
A mí me dolió. Hasta ahora cuando me acuerdo me duele.
Tratando de preveer nos acerqué al muro, por si acaso no fueras a dar al piso.
Me incorporé y empezabas a caer hacia atrás cuando alcanzé abrazarte y sostuve tu cabeza contra mi cuerpo con mi brazo derecho tomándola desde atrás.
Para ese breve entonces tu amiga entró súbitamente a mi recámara.
¡Se desmayó!.
Ladeó la cabeza repetidamente y cerró la puerta.
Te acosté sobre mí, aún dentro de tí.
Te acurrucaste sobre mí.
Doblaste tus rodillas, me abrazaste con tus brazos y me sujetaste con tus muslos.
Tu cabeza reposó en mi hombro izquierdo, y me relajé.
Al despertar, no estabas ni tú ni tu amiga.
Estaba yo sobre un regadero de semen que me empapó el trasero.
Esa vez ya no batallé en saber quién fue, ni qué paso, me dolía mi cabeza del lado derecho.
Algunos escasos largos rubios cabellos estaban en mi pecho.
Pero, sí se me olvidó casi todo lo demás.
Hasta que uno o dos meses después caminando te ví dentro de alguna casa no recuerdo donde.
De prisa de alguna manera te acercaste a dejarme entrar.
Entonces recordé todo.
Afuera de la casa, tuvimos sexo, sin desvestirte.
De pie te subí en mí, me rodeaste con tus piernas y al terminar tú, eyaculé dos veces.
Te pusé de pie, te dí la vuelta y eyaculé otras tres veces.
No supe cómo salí de ahí, no recuerdo cómo llegué a mi casa.
Recuerdo no haberte visto otra vez.
Entre confabulaciones y desmemorias recuerdo imaginar que querías ser madre.
Yo quería estar contigo para siempre.
Pero, como lo intentamos al menos tres veces por al menos tres meses, igual y no me acuerdo de otras y nunca me puse condón, pues imaginé que iba a ser difícil concibiéramos un bebé.
Imaginé que encontraste a alguien y que quizá compartieron de alguna manera lo nuestro.
Fantasée que concluyó que si tu preferiste estar con él debió ser por algo.
Al pasar los meses y los años te recordé, no podía hacerlo claramente, era muy doloroso para mí.
Te busqué, pero aunque te hubiera visto quizá no me hubiera acercado.
¿Qué pasó?, no lo sé.
Aún te amo, nunca amé a nadie como a tí.
No me arrepiento de nada, no te reprocho nada: eras perfecta para mí.
Con el tiempo, de cuando en cuando, algunas canciones me acordaban fragmentos de mi vida contigo.
Imaginé que algunas te recordaban a mí.
Al mirar mi ropero te ví de blanco, vestida repitiendo lo que me dijiste, como una sombre en blanco.
A veces te soñe a la luz de las velas mirándo ese ropero, vestida de blanco pero sin decir nada.
Alguna vez tuve una visión clara de tí, adulta, vestida en camisa blanca con olanes, rayada en vertical, tumbándote cansada sobre la cama, con los brazos abiertos, en abducción, con los ojos vidriosos, por alguna razón ahora negros, sonriendo, recordando algo, alguien, que espero haya sido yo.
Gracias.
Federico Soto del Alba.